contra las cuerdas

The present is unwritten

(Advert: explicit lyrics)

-Tres incidentes recientes con el horripilante mundo de la “literatura”:

Cuando empiezo a renegar con la industria discográfica y sus derivados, con las páginas de discos de las revistas y la cantidad de porquerías que se editan con mucho dinero encima y publicidad, no tengo más que entrar a una librería o mirar los rankings de libros más vendidos.
Ahí, y solamente ahí, me siento afortunada de no ser una gran consumidora de libros, ni una lectora que se terminó dedicando a la crítica literaria o, lo que es peor, una persona que "escribe literatura", en la paciente espera de editar su libro, mandando una novela a concursos, etc.
Y sí, no hay nada más que entrar a una librería y "espiar" esas novelas que ganan algunos concursos en la Argentina. Las que llegan, las que se salvan de que las retiren por plagio. Y al lado de eso cualquier disco de rock pedorro parece la gloria... Qué consuelo... Y es un consuelo más reconfortante todavía en esas librerías que tienen cafecitos... Diría que es una de las cosas más perversamente gratificantes que se pueden hacer en una ciudad: hojear los libros que están en los estantes centrales de ofertas y novedades y dedicarles, como toda lectura, el tiempo que tarda en digerirse un capuchino.
Lástima que uno también puede caer en la trampa, como el más desprevenido. Hace un mes, en Buenos Aires, me tentó una novela en oferta de Don DeLillo. Había leído críticas que hablaban maravillas de este tipo (no recuerdo de qué libros), y además tenía ganas de leer a algún autor americano "nuevo" (jaja, bueno, al menos para mí). Así que pensé que DeLillo, tirado en oferta y todo, era "una garantía".
Pero me clavé. Me equivoqué terriblemente. No pude pasar de la página 2… la página dos de "Cosmópolis". Con ese título me tendría que haber dado cuenta... Parece un título de Houllebecq... Leí la trama en la sinopsis, pero a mí las tramas no me interesan. Supongo que le deben interesar a DeLillo. Y también a Paul Auster, a quien está dedicado el libro. Con esa dedicatoria me tendría que haber dado cuenta también…

Siguiendo con las cuentas, veo que DeLillo tiene unos 71 años. En definitiva, es de la misma generación de Philip Roth. En la última novela que intenté leer de Roth ("La mancha humana") llegué a la página 112. Mi única conclusión fue que el gran Roth, eterno candidato al estúpido Nobel, alguna vez fue un escritor, un demócrata y un judío. Ahora, en cambio, es un demócrata, un judío y un escritor. El orden de los factores, SI altera el producto.

En las diez primeras líneas de "Cosmópolis", uno cae en la tentación típica de echarle la culpa al traductor. Pero en la página dos se me terminó la excusa. Es evidente que ya no tengo paciencia para soportar estas palabras amontonadas.
DeLillo "escribe":
“Permaneció ante el ventanal y contempló el grandioso amanecer. La panorámica de la que gozaba le asomaba (esto es la traducción, entre otras cosas, sí) a los puentes, los estrechos y las vías acuáticas, hasta más allá de los barrios periféricos y las urbanizaciones dentífricas, para perderse en masas de tierra y cielo que sólo podían tacharse de lejanía profunda. No sabía qué quería. Abajo, a la orilla del río….”.

Bueno, bueno, bueno. ¿Por cuántas páginas más me voy a tener que tragar esta descripción de cuarta para llegar a la historia, la historia que supuestamente tiene DeLillo, sobre un joven empresario punto-com que cruza la ciudad en limusina mientras sus negocios se vienen abajo y él se va a cortar el pelo, todo para que DeLillo “reflexione” sobre la paranoia, el mercado global, el poder, el terrorismo, la política, la débil condición humana y… el sexo? ¿O nos vamos a olvidar del sexo? ¿O del capitalismo? No, por favor.
Al azar (seguramente también reflexiona sobre “el azar”) voy a la página 21: “El viento soplaba cortante desde el río. Sacó su palm-top y se dejó una nota sobre el anacronismo contenido en la palabra rascacielos”.

Un amigo fan de DeLillo me decía que tengo que leer “Submundo”. Bueno, más vale que él me lo preste porque no lo pienso comprar. Mientras tanto, ¿alguien quiere “Cosmópolis” o “La mancha humana”? Los regalo. Están ocupando un odioso espacio físico.

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Hace unos meses que estoy buscando algo que haya escrito Juan Terranova. Pero no lo puedo encontrar. Cuando empezaron los despelotes y los tremendos atropellos a periodistas en el diario Perfil, me sugirieron que vaya al blog de Juan Terranova para enterarme mejor de lo que estaba pasando. El nombre de Terranova me sonaba, y no era extraño: “Ah, el escritor”, me dije.
Un día, por pura, simple curiosidad, esa que suele terminar generando desastres, entré a un relato de Terranova que está ahí en el blog. El relato se llama “Me das miedo, Lucía”… Y a mí me dio miedo el relato… Lo leí hasta el final, o por lo menos eso creí, esperando que se terminara la página en blanco, hasta que el blanco me agotó. Tanto escuchamos hablar del terror de los escritores ante la página en blanco… Me pregunto si algún día alguien hablará del terror de los lectores en la misma situación.
“Me das miedo, Lucía” no es un relato caprichoso que está ahí porque sí. Forma parte de un compilado que editó Mondadori, “En celo”, que reúne a “narradores jóvenes” argentinos. El tema del libro es… el sexo. Y si alguien arriesgaba otro tema por supuesto que quedaba automáticamente eliminado de este juego.
En una nota en un sitio web se afirma: “Terranova dice que el sexo es bastante inofensivo como tema, y muy ganchero desde el marketing. Por eso cree que el verdadero desafío para la generación de escritores que participan en el libro será escribir sobre política”. “Por ahora somos todos amigos y estamos todos de acuerdo, pero porque nadie escribió sobre política”, dice Terranova.
Ahora: ¿Están todos de acuerdo sólo por ser amigos? ¿Están todos de acuerdo en amontonar palabras gancheras para el marketing (y por eso son amigos)? ¿Son amigos para estar en bloque defendiendo temas inofensivos? Algo hay seguro: el compilado de relatos sobre política nunca llegará porque van a estar todos enemistados, y adiós editorial, adiós presentaciones, adiós elogios, adiós prensa, adiós temas. Adiós temas!!
Me imagino esta escena: la editorial tal quiere sacar un libro de relatos de… sexo. (es que parece que no hay otros “temas” para las editoriales… ah, no, cierto que están las matemáticas, los casos policiales “reales”, y la historia de mi madre, mi padre, ese tipo de cosas). Entonces llaman a los “escritores jóvenes” (o llaman a uno que después llama a todos sus amigos) y le tiran “el tema”.
-¿Vos ya tenés algo de eso, no?, le preguntan, como si el escritor en cuestión fuese la góndola de un supermercado.
-Y, así, bien bien de ese tema, no…
-Bueno, no importa, hay tiempo. Total, nos gustaría que la tapa la haga Mengano, que ahora está en Europa.
-¿Mengano? No, ya volvió.
-Ah, entonces tenemos que apurar el asunto… Porque también estaba pensando que la presentación la tendría que hacer Zutano, que tiene onda con ustedes, que seguro va a leer el libro. El problema es que Zutano está por ser padre, y cuando sea padre seguro se borra. Así que hay que apurar el libro. Decile a los otros.
-Y… no sé.
-Bueno, son unos relatos, no es una novela… La semana que viene te llamo.
-Sí, dale.

Terranova parece trabajar de escritor a tiempo completo, y confirma, mejor que nadie, una extraña realidad argentina: en este país es más accesible editar libros que publicar una nota periodística.
Terranova tiene todo lo que “hay que tener”, como decía Tom Wolfe de los astronautas, para ser considerado un escritor-argentino-profesional-joven: se la pasa leyendo, es extremadamente culto, hilvana con esmero distintos universos de referencias culturales, conoce al dedillo las peleíllas que caracterizan a la literatura argentina, sabe lo que sale en los suplementos culturales de sábados y domingos, y tiene una gran red de amigos que le asegura elogios de aquí a la eternidad en los medios locales. Tiene todo excepto una cosa, que a esta altura no cuenta para nada: casi nunca escribe, sólo trabaja de escritor.

“Pero sobre todo el masoquismo es la gente que va a los talk-shows, los que se anotan para los realitys, las mujeres panelistas en los programas de la tarde, el público de los concursos, los artistas maltratados en programas de chimentos, las modelos anoréxicas, los famosos de cabotaje que se indignan porque muestran fotos suyas drogados, ebrios o desnudos…”.

Hay que reconocer que Terranova trabaja de escritor con dedicación. Esta hojarasca tiene detrás muchas horas de televisión. Lo mismo puedo decir de “El pornógrafo”, que apenas superó “la prueba del capuchino”, pero que no llegué a comprar como “Cosmópolis”. Quizás otro amigo me hable ahora de “El bailarín de tango”, o un cuento sobre algún barrio de Buenos Aires, o no sé qué antología que recomendó fulano. Y yo le diré que no, que mejor no, que no quiero leer a alguien que trabaja de escritor, que se pone el traje de escritor con un tema asignado, que se mete en el corset de las agendas de las editoriales, porque hoy el sexo, mañana la fe en las vírgenes y algún día la política. No.
Lo curioso es que, en el blog de Terranova, una vez me encontré con un párrafo perdido y luminoso, leído en alguna trasnoche y tal vez escrito a esas horas. No recuerdo el párrafo (recuerdo la sensación de haberlo leído) y no puedo encontrarlo ahora. De todas formas, a quién le importa. Seguramente lo habrá escrito en sus ratos libres…

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Alguna vez tenía que pasar. Y pasó. Fue como un sueño. Era un día del invierno (de esos que no te dejaban salir) y buscando no sé qué dato en Google encontré una joya: una sátira perfecta sobre estos libros tan supuestamente femeninos y tan supuestamente de moda. Libros que se pintan como “frescos”, “juveniles” y “transgresores” porque una autora X escribe palabras como “coger”, “putear”, “chatear”, “pija”, “coger” (bué, “coger” ya está…).
Para mi sorpresa la sátira estaba en un blog al que yo había entrado un par de veces, “Chica vudú”, y del que había salido como un trámite porque no me gustaba la prosa o porque se hablaba siempre de diseño o de artes plásticas, temas que no me atraen.
Pero resulta que ahí estaba “la sátira”, y mi alegría de que alguien se había puesto las pilas para concretar una suerte de crítica a la que nadie se había animado.
El texto empezaba con la “contratapa” del supuesto libro. Brillante:

“Lucy hace terapia desde hace años para averiguar qué es lo que anda mal en su vida. Le falta algo para ser feliz, eso es lo último que le ha adelantado su psicólogo antes de irse a la India. A los veintiocho ha dejado su vida seria atrás, así como sus estudios universitarios y el periodismo cultural. Se ha aburrido de las formalidades y ha entrado en una adolescencia tardía. Le ha dado por inscribirse en un taller literario, estudiar cerámica, bajo, tarot y astrología. La crisis afectiva se agudiza y Lucy tendrá que arreglárselas por su cuenta. Recurrirá al consejo de sus amigos, exparejas, padres y profesores. Paradójicamente, un enfant terrible de dieciséis años será quien más ayuda le brinde”.

La sátira era tan completa que hasta un diseñador gráfico se había tomado el laburo de recrear la “tapa” del libro en cuestión: la foto de las piernas de una chica sentada sobre un inodoro con la bombacha baja (por supuesto). El título: “Pendejos”. Y la autora una tal Patricia Turnes.

Dice la “editorial”:
"Con juvenil desenfado, Patricia Turnes elabora un texto despojado de prejuicios y rigideces literarias que le permite instalarse claramente en la senda que augura una cercana renovación de la literatura uruguaya."

Y acá viene lo mejor. Una muestra de “cómo escribe” la nü voice de la “literatura” uruguaya:

“...hablo de eso con dos o tres amigas que no me entienden porque ellas creen que la cosa es fácil, tipo ¿qué querés con el pendejo? (...) Pero mis amigas me cortan en seco y me hablan del trabajo o de sus últimas salidas con personas adultas de lo más aburridas. En el mejor de los casos me muestran alguna ropa de diseño interesante o comentamos libros. Y yo me pongo triste. No sirve para nada explicar. Ellas no me entienden, creen que todo pasa por clavar y ser clavado en esta vida, nada de trascendencia, nada de eso”.

Lástima que sigo unas líneas más abajo y el sueño se va al carajo… “nada de trascendencia, nada de eso”… Me doy cuenta de que todo esto es REAL.
Es tan real que empecé por DeLillo (DeLillo! Roth!) sigo con Terranova (que a esta altura puede parecer Dostoievski) y termino en esta Patricia Turnes… Es el puto camino de la “literatura” que nos rodea… Es como bajar al infierno pero sentir el frío de la Antártida. Porque te dejan perplejo, te insensibilizan.

“Estoy conforme, quedó lindo. La editorial y yo hicimos un buen trabajo”, dice la autora. ¿Para qué la mina comunica todo esto, como si estuviera dando una entrevista que nadie le pidió? Ah, no sé. No tengo la más mínima idea. Y sigue: “La parte linda: el apoyo incondicional de mis amigos y conocidos. La parte difícil: presentación, entrevistas, organizar las direcciones para las invitaciones, llevar una agenda, cumplir con los compromisos de todos los días, etc.”. (¿¿¿Organizar las direcciones para las invitaciones?????????????).
En medio de la perplejidad del “mundo real”, a mí ya no me queda claro ni siquiera quién está hablando: “Lindo/linda/lindo”: ¿Está hablando la autora de la novela o la protagonista, que pasa por una adolescencia (¿infancia?) tardía? En ningún momento la autora se refiere al hecho de ESCRIBIR la novela: ¿Esto habrá sido la parte “linda” o la parte “difícil”? ¿La habrá escrito ella o la habrá escrito la editorial? ¿Esa novela está ESCRITA?
Siguiendo el derrotero de esta pesadilla, veo que en otro lado la “autora” se defiende de unas críticas a su “novela” que aparecieron en el semanario uruguayo Brecha. No sé qué habrán dicho los críticos ni me interesa, pero en su defensa la “autora” se manda un “esos nunca van a escribir un libro”, remachando su ya decretada muerte cerebral y exponiendo (otra vez) la impune y execrable arrogancia editorial: se supone que estos críticos son “menos” valiosos, que no están autorizados a opinar, porque nunca escribieron y/o editaron un libro.

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Me pregunto qué valor podrá tener ser publicado en el mercado editorial actual, cuando las editoriales están con la calculadora en la mano, fichando empleados jóvenes a tiempo completo, y asignando temas que ya fueron probados con éxito en la televisión. “Andá y escribite un policial al estilo Carrascosa”. “Escribite algo sobre los travestis, los gatos, los swingers, el sexo en YouTube, el sexo, bah”. ¿Quién puede ser felicitado o reconocido por publicar de esa manera? No lo entiendo.
En realidad nunca lo entendí. Esa noción de superioridad de la literatura o, en su defecto, del libro como objeto, me parece una estupidez. No escucho a nadie decir “te felicito por el disco”, por el solo hecho de publicar un disco. Y mucho menos “te felicito por la película”, con el tremendo esfuerzo colectivo que implica llegar a estrenar una película. No. Y eso por no hablar de esas ferias de las falsedades que son “las presentaciones de los libros”, donde los escritores se codean como grandes amigos y apenas pasan la puerta de salida ya están hablando pestes de sus colegas. Parece que no se aguantan ni llegar a la vereda… Eso es una vergüenza… Eso no lo hacen ni los periodistas, un gremio en el cual muchos escritores trabajan (porque con lo de escritor solo no alcanza), y así y todo se dan el lujo de bardear a los periodistas hasta el cansancio.
Pero entre los escritores siempre hay que quedar bien, porque a su vez muchos son críticos _o amigos de críticos_, entonces: “para qué tirarle barro a aquel que me podría hacer una buena reseña… o aunque sea que me saque dos o tres líneas acá y allá… donde sea…”. Ni siquiera les importa que el libro se haya leído… En todo caso, las peleas, las grandes polémicas, que queden para los “grandes” escritores, total están casi todos muertos.

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Mañana iré a alguna librería. No voy a tomar ningún capuchino. Solamente voy a preguntar por un libro, uno que me devuelva la fe.