contra las cuerdas

No tengo tiempo

El otro día me lo crucé a Andrés Calamaro por una calle de Rosario. Iba con la novia (obviamente). Caminaban rápido pero tranquilos. Yo ni siquiera me di vuelta para mirar (come suele pasar). En otra época hubiese pensado “qué lástima no poder hacerle una nota, o no estar justo acá con el fotógrafo, bla, bla, bla”. No muy lejos en el tiempo también le hubiese recriminado “El salmón”, “El cantante”, ese disco pedorro en vivo que sacó hace poco, que hable tipo Maradona en algunas partes de las entrevistas, que toque con la Bersuit cuando él tenía semejantes bandas, que alabe a la novia como si le hubieran practicado una cura de sueño sobre su pasado emocional, y tantas cosas. Pero el otro día no… Solamente iba caminando a las apuradas y de golpe me puse a tararear una canción: “No tengo tiempo pero no me arrepiento/ ser como el viento no es una maldición/ y las canciones las compongo caminando/ entonces algunos versos se me van./ Mis amigos se fueron a la fiesta/ esta noche muy solo me quedé / y tuve tiempo de pensar en el pasado/ entonces tu nombre recordé/ Quiero tenerte de vuelta a mi lado/ pero esta vez no perderte nunca más/ y soy un extranjero en mi propia casa/ y eso no tiene perdón…”. De golpe estaba cantando en la calle (algo que siempre censuré en los demás) y contenta nada más que por recordar esa letra. Entonces así de golpe, también, entendí el presente de Calamaro: estar en una ciudad, en un hotel, en la calle, pero no para presentar un disco, ni para ir a una entrevista o una conferencia de prensa, ni para estar encerrado en una habitación oscura componiendo las grandes canciones que después va a cantar un estadio. No. Estar en una ciudad por estar, por conocer, por acompañar a afectos y amigos varios. Estar por hacer cantar a la gente en la calle… y es suficiente… Las canciones ya vendrán, aunque los mejores versos se vayan.