Yes New York
Creo que fue en 1999 cuando un amigo me regaló una especie de agenda que se llamaba “Cuaderno del viajero – Guía de Nueva York”. Era de tapa dura, muy coqueta, con todo tipo de datos “útiles” y mapitas de Nueva York. ¿Pero para qué carajos quiero yo esto?, me pregunté. Nueva York era, y sigue siendo, una de las últimas ciudades donde yo pensaría viajar. El motivo es único y simple. Para mí Nueva York no existe. Nueva York no era más que el decorado que Woody Allen o Martin Scorsese habían elegido para algunos de sus mejores personajes. No era más que un lugar imaginario que Lou Reed había inventado para escribir sus canciones. No era más que una manzana donde había un par de bares roñosos de donde habían salido los Ramones, los Talking Heads y Television. No mucho más que eso. Muchísimos otros grupos y solistas venían de ahí, pero yo no los identificaba nunca con la ciudad. Y a los que sí sentía como neoyorquinos, como inseparables de ese lugar, nunca me despertaron la suficiente curiosidad como para conocer sus historias más allá de las biografías dateras más superficiales (todo lo contrario de lo que me sucedió con los londinenses).
Tan irreal es para mí Nueva York que cuando derrumbaron las Torres Gemelas yo lo miraba por la tele como si se tratara de una película de cine catástrofe de las tres de la tarde, y después seguí laburando como si nada. Creo que como una semana después me di cuenta del desastre que significaba eso. Y, como muchas veces me pasa, recién dimensioné el dolor del asunto cuando lo escuché reflejado en un disco (“The Rising”) o lo vi en una película (“La hora 25”).
De todas formas, ahora abro esa agenda “neoyorquina” que me regaló mi amigo (que al final terminó siendo un anotador de citas de Capote, Henry Miller, Scott Fitzgerald, Hemingway y otros maestros) y me encuentro con que la primera anotación que hice fue la siguiente: “Sábado 18 de diciembre. Mañana lluviosa. Dean Wareham. El mejor cantante de Nueva York” (nació en Nueva Zelanda pero para mí siempre fue neoyorquino). No sé si habré estado escuchando a Luna o a Galaxie 500. Pero esa sola mención a Nueva York, ese pequeño homenaje a una ciudad que para mí no existe, me emocionó.
Y lo peor es que fui a buscar esa agenda porque tengo cola de paja. Una cola de paja enorme. Este posteo en realidad se iba a llamar NO NEW YORK. Ya lo tenía todo pensado. La bajada, bien rimbombante, iba a decir: NO SOLAMENTE LAS TORRES GEMELAS SE CAYERON EN NUEVA YORK. TAMBIEN SE CAYERON LOS SONIC YOUTH Y LOS BEASTIE BOYS. Ya lo tenía todo preparado. Me había leído los anticipos de los discos de Sonic Youth y los Beastie Boys y no me olían nada bien. A los SY ya los pensaba atacar por el nombre. ¿Dónde está la juventud? ¿Y lo sónico? Iba a decir que como banda de rock ya estaban más envejecidos que los Stones, los Who, Brian Wilson, Bob Dylan y el Papa juntos. Que se habían transformado en unos profesores universitarios aburridos y conservas que salían a hacerse los locos con dos o tres consignas vencidas de izquierda y unas guitarras distorsionadas que ya no asustaban a nadie. A los BB no les iba a ir mucho mejor: vuelven a las fuentes porque no les queda otra que robar con la fórmula, toda la creatividad se les agotó en “Hello Nasty”, se juntan porque no tienen nada que hacer como solistas….
No es que me tuve que arrodillar ante todos los santos para pedir perdón por mis malos pensamientos, pero la verdad es que cuando escuché los nuevos discos de Sonic Youth (“Sonic Nurse”) y los Beastie Boys (“To The 5 Boroughs”) me tuve que meter el NO NEW YORK en el bolsillo (trasero).
Empiezo por “Sonic Nurse” porque era al que le iba a dar con más bronca. Las críticas en general lo inflaron, y eso es una lástima, porque a la primera escucha el disco inevitablemente se achica. Muchos alabaron la “furia inteligente” del tema de arranque, “Pattern Recognition”, y es cierto que es un placer escuchar otra vez esas guitarras, pero cuando entra Kim Gordon haciéndose la Patti Smith la embarra olímpicamente. El tema suena forzado y viejo. El disco recién entra en combustión en el tercer tema. “Dripping Dream” es el mejor Thurston Moore en años: siete minutos de rock sobre la cuerda floja con pérdidas de equilibrio incluidas y ninguna caída (¿A ver quién lo hace ahí afuera? Nadie). Lo que es un verdadero misterio es qué hace realmente Jim “Yo también quiero ser rockero” O’ Rourke en este disco (dejá de hacer fiaca en SY, Jimbo!!). Pero a quién le importa eso, cuando falta lo mejor. Después de burlarse un rato de Mariah Carey y demás, Kim Gordon se recupera en “Dude Ranch Nurse”, y después hace suspirar como si los años no hubiesen pasado en “I Love You Golden Blue”. En “Paper Cup Exit” Lee Ranaldo falla en crear ese clima asfixiante que evidentemente pretende, pero cuando repite “it’s later than it seems” a mí me hace tragar saliva. Y en “New Hampshire” yo me vuelvo a acordar de por qué amo tanto el sonido de las guitarras. Pero es inútil. Por más veces que escuche el tema las guitarras se quedan ahí, no me las puedo llevar conmigo. Lo mismo pasa con “Peace Attack”, especie de himno/anti-himno que cierra “Sonic Nurse”. Es una pérdida de tiempo escribir sobre esos temas: uno quisiera estar escuchándolos todo el día.
Igual, en ese estado, hace una semana que estoy escuchando el disco de los Beastie Boys. Hacía tanto que lo venían anunciando que yo pensaba que no iba a salir nunca. De a poco, con los años, y como “Hello Nasty” me había electrizado los rulos, me empezó a carcomer la sospecha de que lo nuevo de los BB podía llegar a ser un fiasco. Las buenas críticas por adelantado no me alentaron para nada. Hace tanto que le vienen poniendo 4 estrellas o 9 puntos a cada esperpento que me volví una desconfiada total. ¿Y el single? No sé. Los buenos singles son para Eminem. Estos son los Beastie Boys. Yo quería escuchar el disco entero.
Sorpresa. 42 minutos. Nada, nada que ver con “Hello Nasty”. De alguna manera, todos los discos de los Beastie Boys son conceptuales, pero en “To The 5 Boroughs” el concepto está superconcentrado: 42 minutos de hip hop puro con impurezas (¡), es decir, la marca registrada de los BB pero sin condimentos ni piruetas. Acá el objetivo está tan puesto en la mira que uno puede llegar a pensar que al disco lo grabaron de un tirón sin distraerse un segundo (¡por eso todos se preguntan por qué carajos tardaron seis años!!!). No es un disco old school ni de vuelta a las raíces como se anticipaba. No. Nada suena viejo ni retro en el disco. Hay como una fuerza que lo sujeta a un centro de gravedad en el presente, y lo aleja del pasado y la nostalgia. Y un sentido del humor, del absurdo y del sarcasmo que lo salva de caer en el aburrido caldo de lo políticamente correcto. Pero los años pasaron, claro. Sino escuchen la voz de Adam Yauch: áspera como una lija (y con más autoridad que nunca).
¿Qué le falta al nuevo disco de los BB? Nada. En un mismo tema pueden hablar de la tragedia de Columbine y también devolverles el favor a los Public Enemy gritando: “We’re gonna party for the right to fight” (temazo- chequear “It Takes A Nation Of Millions To Hold Us Back -1988). Todo esto sobre la base hipnotizante y deprimente de “Right Right Now Now”). ¿Querés saltar? Tenés “Ch-Check It Out”, “Triple Trouble”, “All Lifestyles”… bah, todo el disco si querés. Yo siempre soñé con ir a una fiesta donde me recibieran con un disco de los Beastie Boys. Pero nada. “La gente quiere escuchar música de los 80”, te dicen. “Pero si los BB también tienen discos de los 80!”, les contesto. “La gente no lo sabe bailar”, te dicen. “Bueno, váyanse a la reputísima madre!” (esto ya parece lo del cretino…). Al contrario de lo que mostraban los videos y lo que podría sugerir (barrio, fiesta), la música de los BB siempre fue sinónimo de soledad para mí. Qué más efectivo que un disco de los BB para echar a todos de la casa. Mi familia siempre odió el hip hop, mis novios nunca lo aguantaron, la mayoría de mis amigos escuchan “otros géneros”. Ahora pongo la irresistible “3 The Hard Way” y una niña de 9 años me dice: “Sacá esa música horrible. ¿Por qué escuchás esta música, si es de varones y de jóvenes?”, me pregunta esta criatura de Dios. “Mirá”, le contesto sin apretar el stop, “estos tipos que están cantando tienen la edad de tu viejo. Ponete media pila y escuchá un poco este disco. A lo mejor así te salvás de escuchar a la próxima Madonna o de ver la secuela número 150 de Shrek, me entendés?” No, claro. Ni un compinche para los Beastie Boys… Mejor. Así me quedo sola para escuchar por enésima vez “It Takes Time To Build”. Una joya. “It takes a second to wreck it /it takes time to build…”. Es el involuntario primer gran himno de los 00. Lástima que no puedo cantarlo entero (too many words). “Selling votes like E-pills at the discotheque…”, ja, esa parte sí me sale. Y además puede bailarse…
¿Más? En “Hey Fuck You” y “Shazam!” los Beastie le rapean en la cara, con más o menos delicadeza, lo trucha que se volvió cierta escena del hip hop en Estados Unidos. También hacen con orgullo “An Open Letter To NYC”, un tema que acá en la Argentina cualquiera hubiera descartado por “grasa”, y al final, en “We Got The” se preguntan: “¿Tenemos el poder de hacer una diferencia? ¿Tenemos el poder de hacer un cambio?” Todos, no sé. Algunos, tampoco. Los Beastie Boys ya lo hicieron. Y lo hicieron hace rato…
Voy a guardar ese “Cuaderno del viajero – Guía de Nueva York”. Pero no pienso ir a Nueva York. Ni a palos. No mientras me pueda quedar acá escuchando a los Beastie Boys y a Sonic Youth.