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“¿Por qué tienen puesto un tema de los Gansos?”, pregunté cuando entré a la disquería. “Y… porque salió este compilado”, me contesta con resignación mi amigo, que mientras tanto atiende a unas minas que van a comprar entradas para La Renga. Ahí nomás empezamos a sacarles mano a la telenovela de los Guns ‘N’ Roses, al “gordo piojoso” que ahora quiere hacer otro juicio, a ese disco demorado que jamás sale… Nos reímos de Velvet Revolver, de las zapatillas que usaba Axl Rose, de las polleras escocesas… Pero yo sé que mi amigo tiene en su casa todos los discos de los Gansos. Y él también sabe que yo los tengo. Siempre que alguien venía a mi casa y veía los discos de los
Guns al lado de los CDs de los Smiths me preguntaba cómo era posible. Y yo alardeaba de ser una persona abierta y todo eso. Dije esa mentira durante tanto tiempo que hasta yo me la creía.
Es cierto que los discos de los Guns están ahí, pero es porque alguna vez
los heredé. Siempre envidié a los que heredaban los discos de los Beatles,
de Pink Floyd, de Simon & Garfunkel, o de quien fuera, de los padres o los
hermanos mayores. En cambio, yo heredé los discos de los GNR. Y también fui
al recital de River en el 92, cuando decían que había bombas debajo de las
plateas, que se iba a armar un quilombo entre barrabravas.
La verdad es que ni me acuerdo cómo llegué a ese recital. Lo que sí recuerdo
es cuando lo conocí a Diego, en las oficinas de una empresa cerealera bien
pez gordo de la época menemista. Diego caminaba a lo James Dean, tenía una mirada entre cómplice y sobradora (que me hacía acordar mucho a Brian Jones) y escuchaba a los Guns ‘N’ Roses, a Jane’s Addiction y los Red Hot. “Todo ese rock californiano de mierda”, como él decía.
Enseguida nos hicimos amigos (porque nunca dijimos que fuéramos pareja, ni
novios, ni amantes) hablando de rock y de las pequeñas y grandes miserias de
la empresa en la cocinita del segundo piso, en los bares, en los moteles o
en el auto. En el auto era otra cosa, eso sí lo recuerdo bien, porque ahí la
música sonaba a todo volumen y cada vez se corría más rápido. Y en la moto
era muy distinto, porque lo único que yo escuchaba ahí arriba era como un
ruego interno para llegar lo antes posible.
Después de las primeras “corridas” esa sensación se fue yendo…Se vivía en
ese clima de que las cosas se daban, llegaban, se compraban, se disfrutaban
y parecía que nada malo podía pasar mientras uno trabajara mucho y se ganara
su plata. Jamás escuché la palabra “estrés” en esos años, cuando en realidad
se trabajaba más de diez horas por día y de noche no se dormía. Había que
escuchar los discos, todos los discos que llegaban y se podían comprar,
todos los libros, todas las traducciones, las revistas extranjeras, las
películas y los recitales. Y como en la semana se trabajaba todo el día los
fines de semana había que seguir despierto para seguir escuchando los
discos, y estar con los amigos, y hacer el amor, y bailar las canciones de
los discos que habíamos comprado y nos prestábamos, y andar en los autos y
las motos que los otros se habían comprado, y cada vez más rápido y más
rápido porque cada vez había más discos, más libros, más recitales, más
autos, más motos, más fiestas, más vino, más cerveza.
Cuando se encontraba algo de calma, a la hora del almuerzo de la oficina, al
lado del río, yo le hablaba a Diego de los Stone Roses, los Happy Mondays,
David Bowie, Brian Eno, Kraftwerk, los Stones, Cream, los Pixies, Velvet
Underground, Teardrop Explodes… El escuchaba toda esa lata y me decía: “Pero bueno, a mí me gusta ese rock californiano de mierda”. Y yo le respondía que tenía que conocer otras cosas de California: la escena psicodélica de los
60, la escena punk… “Tenés que saber de dónde vienen los Guns ‘N’ Roses”, le
decía, y le nombraba a los Hanoi Rocks, a T. Rex, a los New York Dolls… Pero él miraba la moto y decía: “¿Cuánto te juego que con esa moto podemos llegar hasta California?”. “Si estamos sobrios, a lo mejor…”, le contestaba
siempre.
Sobrios estábamos cada vez menos. Llegaba la noche y esa calma del mediodía
desaparecía. El estrés del final del día y esa extraña sensación de estar
tan despiertos como semiadormecidos solamente se bancaba con alcohol y más
alcohol. No sé si había drogas ni lo averigüé. En esa época yo leía tanto
sobre drogas que pensaba que los efectos del alcohol eran muy similares. Y
me confundía entre los efectos y lo que había leído (o imaginado). Cuando
llegaba la noche toda mi sanata sobre la historia del rock se esfumaba y
empezaban a sonar los temas de los Guns. Yo a veces llevaba mis discos, pero
eran una carga inútil. En ese auto solamente sonaban bien los temas del
primer disco de los Gansos: “Welcome to the Jungle”, “It's So Easy”,
“Nightrain”, “Out Ta Get Me”, “Mr. Brownstone”, “Paradise City”, “You're
Crazy”, “Anything Goes”… Y nunca “Sweet Child Of Mine”, que después muchos
redescubrieron como una gran canción, pero entonces nos tenía “los huevos
rotos” y era “careta”.
Más fuerte sonaban las canciones, más marcaba el velocímetro del auto, más
latas de cerveza se guardaban en el baúl, más nos agarraba la policía, más
amargas que las letras de esas canciones se fueron poniendo las cosas. Una
vez el auto casi se estrella contra una hilera de árboles. Otra vez Diego se
cayó contra la mampara de un baño y quedó tirado en el piso, entre los
vidrios rotos, con un brazo completamente ensangrentado. Pero al otro día
aparecía en la oficina, te guiñaba un ojo y era el más eficiente de los
empleados. Y así todo seguía, como un juego, mientras a mí se me empezaban a
notar la resaca y el desgaste.
En el 92 Diego me pidió que lo acompañara al recital de los Guns en River,
porque él nunca había ido solo a un recital tan grande. Yo no quería saber
nada, más con todo el quilombo que se generó antes de los shows: que iba a
haber lío porque los tipos habían quemado una bandera, que Menem les había
dicho “forajidos”, que los barrabravas los iban a cagar a palos… Nunca
recuerdo cómo llegué a ese recital, en la moto de Diego. Lo que nunca me
pude olvidar es la tensión que había en el ambiente, esa platea en donde se
mezclaban padres con hijos adolescentes, metaleros de vieja escuela y
barrabravas en fumatas al lado de los que vendían maní con chocolate y
binoculares truchos. Y tampoco me olvidé de cómo sonaban los Gansos
entonces, una de las mejores bandas de rock que escuché en vivo, tragándome
lo desagradable que me parecía en sí todo el espectáculo. También es como si
pudiera ver ahora cuando a Axl Rose le rajaron un toallero arrancado del
baño…
La tensión y la efervescencia del recital fueron el principio del fin. Las
fiestas se empezaron a poner densas y aburridas, y yo prefería quedarme
encerrada escuchando discos. Las canciones de los “Use Your Illusion”
sonaban en un auto cada vez más cerca de estrellarse contra cualquier cosa,
o nada más de quedarse varado en cualquier parte. A veces Diego estaba tan
borracho que no podía manejar. Así que dejaba el auto estacionado y yo lo
arrastraba, literalmente, hasta la parada de colectivos más cercana. En la
oficina se habían terminado los jueguitos y las sonrisitas y un día, no sé
si ahí o dónde, yo le dije en seco: “Acá se cortó todo. Yo no me quiero
morir con vos. Seguí así y todo se va a ir a la mierda”.
El acelere, el alcohol y el no parar nunca se cobraron su precio. Yo me
enfermaba de cualquier cosa, en la empresa empezaron los roces y el
chusmerío, una compañera de laburo y otras cuatro personas murieron en un
accidente, cuando salían de un boliche… Los sueldos bajaron… Los días de
“joda” de la empresa se habían terminado. En el 94 me echaron, después de
rajar a toda la oficina de impuestos. Me amenazaron para que renunciara,
pero yo les dije que me iban a pagar sí o sí la
indemnización que correspondía. Un tiempo después lo echaron a Diego, cuando
un mes antes le habían prometido un ascenso. Para entonces ya casi ni nos
hablábamos, la relación se había agriado y yo sabía que la vida de él no
había cambiado demasiado.
Los GNR también se habían terminado. Cuando en el 92 salió “Nevermind” y las huestes grunge arrasaron, los Guns se transformaron en una banda de rock retrógrada, grasa y berreta que todos querían olvidar cuanto antes. Y ya para la época en que Cobain se suicidó los Guns eran prehistoria.
Lo único que seguía en pie era todo el circo de “la estabilidad” y el “1 a
1”, que igual ya empezaba a mostrar los dientes. Pero mientras tanto los
grandes recitales, las traducciones españolas y los discos importados
seguían llegando. En febrero del 95 yo estaba en Buenos Aires, viviendo en
una nube, siguiendo todo el tema de los shows de los Stones. Cuando llegué a
mi casa me enteré de que en esos días Diego había muerto en un accidente. Me
contaron que en la ruta todavía estaban las marcas de las frenadas de la
moto. Decían que no estaba “tan” borracho, que había alcanzado a ver al
camión, pero que venía a mil y no pudo frenar a tiempo. Ni me acuerdo si me
puse a llorar. Solamente me acordé de lo que había dicho Pete Townshend
cuando murió Brian Jones: “Hoy es un día normal para Brian, el hombre que
moría todos los días”.
A los meses me llegó un paquete con todos los discos de los Guns y “Nothing
Is Shocking” y “Ritual de lo habitual”, de Jane´s Addiction. Me di cuenta de
que eran los discos de Diego porque las cajitas estaban muy arruinadas. En
el 97 viajé miles de kilómetros para poner unas flores en la tumba de Brian
Jones, pero nunca pude tomarme un colectivo para ver la tumba de Diego.
Prefiero, muy de vez en cuando, como si fuese un aniversario o algo así,
escuchar algunas cosas de los Gansos.
Mi amigo de la disquería me dice que el compilado de GNR se “vende bien”,
pero ninguno de los dos sabe con certeza si eso es una catástrofe o un buen
presagio. La visión mediática del grupo no ha cambiado. La NME le da 9
puntos al compilado, la Pitchfork le da 3. Yo estoy convencida de que sin el
hard rock roñoso y pretencioso de los Guns el grunge nunca hubiese llegado a
los rankings. Fue como abonar el terreno. Abonar el terreno con “todo ese
rock californiano de mierda”. El grupo murió clínicamente cuando se fue Izzy
Stradlin', uno de los guitarristas rítmicos más “rockeramente finos” que yo haya escuchado. Y volvió a morir cuando reapareció en Rock In Rio.
Ahora, más de vez en cuando que antes, escucho la versión de “Buick
MacKane”, o “Bad Apples”, o la letra de “So Fine”, el tema dedicado a Johnny
Thunders, que dice muchas cosas que a mí me gustaría decir.
“I’d look right up at night
and all I’d see was darkness
Now I see the stars alright
I wanna reach up and grab one for you
When the lights went down in your house
yeah that made me happy
The sweat I make for you
I think you know where that comes from…”